Raúl Manzano-Román*, Verónica Díaz-Martín, Ricardo Pérez-Sánchez. Parasitología Animal. Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Salamanca (IRNASA, CSIC). Cordel de Merinas, 40-52, 37008 Salamanca, España.
*Parasitología Animal. Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Salamanca (IRNASA, CSIC). Cordel de Merinas, 40-52, 37008 Salamanca, España - Teléfono: +34 923 219 606 (Ext. 214) -raul.manzano@irnasa.csic.es
Las garrapatas son ácaros macroscópicos caracterizados por poseer cuatro pares de patas y un cuerpo globoso, aplanado dorso-ventralmente y no segmentado, que las diferencia de otros arácnidos, cuyo cuerpo está dividido en dos partes (el cefalotórax y el abdomen). Las garrapatas son ectoparásitos obligados que se alimentan de la sangre de sus hospedadores (hematófagos). Durante la toma de sangre, y a través de varias vías como la saliva, el fluido coxal, la regurgitación del contenido intestinal o las heces, las garrapatas pueden transmitir a sus hospedadores un amplio y variado conjunto de patógenos causantes de graves enfermedades, algunas de ellas letales (Márquez-Jiménez et al., 2005).
De acuerdo con sus características morfológicas y fisiológicas, las garrapatas se agrupan en dos grandes familias, garrapatas duras (ixódidos) y blandas (argásidos), de las cuales, las duras son las principales transmisoras de enfermedades tanto a los animales como a las personas (Anderson, 2002). Dichas enfermedades son actualmente más frecuentes que en pasadas décadas; este aumento en la frecuencia se debe, en parte, al cambio climático, el cual ha favorecido la difusión de especies de garrapatas propias de climas templados y tropicales hacia regiones climáticas muy diferentes de las de origen (Tokarevich et al., 2011). Junto al cambio climático, el explosivo aumento de las poblaciones de determinados animales salvajes ha contribuido no sólo a una mayor dispersión geográfica de las especies de garrapatas, sino también a un aumento significativo de sus poblaciones, facilitando la aparición de los denominados “paisajes patógenos”. Estos paisajes se generan como consecuencia de nuevas interacciones entre la tierra, las personas, los vectores y sus hospedadores, todo lo cual determina una faceta específica para la epidemiología de las enfermedades transmitidas por garrapatas (Lambin et al., 2010). Como consecuencia, el número de patógenos (nuevos ó re-emergentes) que se está demostrando que son transmitidos por garrapatas (entre ellos numerosos virus, bacterias y protozoos), está en continuo aumento, quedando ya lejana en el tiempo la idea de que las picaduras por garrapatas sólo provocan molestias; por el contrario, actualmente se considera que estos parasitismos son los responsables directos del creciente riesgo de adquirir enfermedades de importancia para la salud (Anderson y Magnarelli, 2008; Randolph et al., 2010).
Biología y ciclo de vida de las garrapatas
A lo largo de su vida, una garrapata pasa por varias fases evolutivas, en concreto las de huevo, larva, ninfa (o varios estadios ninfales en el caso de los argásidos) y adulto, pasando la mayor parte de su tiempo alejadas de su hospedador, refugiadas en las madrigueras/nidos de sus hospedadores o en el suelo y la vegetación, a la espera de alimentarse (figura 1). La actividad de las garrapatas tiene un marcado carácter estacional y depende, entre otros factores, de la temperatura ambiental; en líneas generales ésta comienza al principio de la primavera, cuando tiene lugar la alimentación de los ejemplares que han sobrevivido al invierno (principalmente adultos), y alcanza un máximo durante el verano, tras la eclosión de los huevos y la aparición de una nueva generación de larvas, disminuyendo progresivamente durante el otoño, momento en el que se alimentan las ninfas. Durante los meses del invierno la mayoría de las especies entran en un estado de hibernación denominado diapausa, inducido por la baja temperatura y las escasas horas de luz. No obstante, algunas especies permanecen activas también en invierno, siempre y cuando el suelo no se cubra de nieve o se congele, alimentándose incluso en esos meses, lo que les permite colonizar regiones subárticas. Aunque es menos probable recibir una picadura de garrapata durante el invierno, no se debe excluir la posibilidad de haber adquirido una enfermedad transmitida por garrapatas si se advierten sus síntomas (como por ejemplo el TIBOLA/DEBONEL, causada por Rickettsia slovaca y transmitida por Dermacentor spp.).
Figura 1. (A) Ciclos biológicos de las garrapatas duras (Ixodidae). Hay tres tipos de ciclos: de uno, dos y tres hospedadores (imágenes:http://entomology.ucdavis.edu/faculty/rbkimsey/tickbio.html). (B) Ciclos biológicos de las garrapatas blandas (Argasidae) donde se aprecian los distintos estadios ninfales por los que pasan hasta llegar a ser adultos. A la Izquierda se representa un ciclo tipo del género Argas spp. (imagen: http://www.dpd.cdc.gov/dpdx/HTML/ImageLibrary/Ticks_il.htm) y a la derecha del género Ornithodoros spp. (imagen: http://www.phsource.us/PH/PARA/Chapter_12.htm) |
Las garrapatas no saltan, ni vuelan, ni se dejan caer de los árboles. Cuando nos encontramos una garrapata fijada a nuestro cuerpo, lo más probable es que, tras pasar a su lado, haya trepado por nuestras piernas hasta alcanzar las ingles, las axilas y/o el cuero cabelludo (que son sus lugares preferentes para fijarse) y nos haya picado sin que lo percibamos, ya que su picadura es indolora en la mayoría de ocasiones. En los animales, las garrapatas trepan igualmente desde sus patas hasta las orejas, cuello y zona perianal, lugares donde la piel es más delgada, lo que facilita su alimentación, o bien donde los animales apenas alcanzan a rascarse, lo que les impide deshacerse de estos parásitos. En los países tropicales y subtropicales, los animales sufren infestaciones masivas por garrapatas, las cuales causan muchos daños directos y transmiten enfermedades, lo que, en conjunto, provoca graves pérdidas económicas en el sector ganadero como consecuencia de los descensos en la producción y/o la muerte de los animales.
Las garrapatas, como otros muchos parásitos, pueden diseminarse fácilmente mediante sus hospedadores, puesto que permanecen sobre ellos durante largos periodos, siendo así transportadas a distintos lugares. Cuando, tras alimentarse, se desprenden del hospedador en un nuevo lugar, pueden mudar y reproducirse allí, alimentarse sobre los hospedadores locales y generar una nueva población. Ello tiene gran relevancia en la dinámica de las enfermedades que transmiten y el riesgo de incursión de nuevos patógenos en áreas donde antes no estaban presentes (Gale et al., 2012).
El proceso de la picadura de las garrapatas
Tras subir al hospedador y localizar un lugar adecuado para fijarse, las garrapatas perforan la piel con el extremo distal, dentado, de sus quelíceros a la vez que introducen el hipostoma en la misma, sirviendo así de primer elemento de anclaje. Durante este proceso los pedipalpos, que son órganos sensoriales, se retiran hacia los lados y quedan fuera de la piel. Es decir, los pedipalpos no participan en la picadura. En el caso de los ixódidos, éstos segregan enseguida un cono de cemento alrededor de las piezas bucales obteniendo así el anclaje definitivo. Este cemento es un fluido rico en proteínas, lipoproteínas, lípidos y carbohidratos que puede provocar dermatosis con manifestaciones cutáneas diversas (McGinley-Smith y Tsao, 2003).
Durante la perforación de la piel, los quelíceros y el hipostoma desgarran los vasos capilares provocando una hemorragia. Al mismo tiempo, las garrapatas inoculan la saliva, cuyas moléculas líticas cooperan con la respuesta inflamatoria e inmunitaria del hospedador para formar un pequeño absceso o cavidad de alimentación en el extremo de los apéndices bucales, desde el cual succionan la sangre y los exudados tisulares que fluyen hacia dicha cavidad. Las garrapatas inoculan la saliva y succionan la sangre a través del mismo canal, de manera que realizan ambas funciones alternativamente durante todo el tiempo que tardan en completar la toma de sangre.
En el caso de los ixódidos, la toma de sangre se realiza en dos fases, una de alimentación lenta, de unos 7 días, en la que incrementan su peso en ayunas unas diez veces y otra, de alimentación rápida, en la que en las últimas 12-24 horas de permanencia sobre el hospedador multiplican ese peso de nuevo por 50. El aumento de peso es por tanto de unas 500 veces su peso en ayunas. En el caso de los argásidos hay una sola fase de alimentación y sólo ingieren una cantidad de sangre equivalente a unas 2-4 veces su peso en ayunas.
Entre las moléculas salivales que las garrapatas inoculan al hospedador, las hay con propiedades analgésicas y otras que previenen la coagulación, la inflamación y la activación de los mecanismos defensivos del sistema inmunitario del hospedador, así como toxinas que pueden provocar parálisis y toxicosis en los animales (Doube y Kemp. 1975; Lysyk et al., 2005; Cherniack, 2011; Francischetti et al., 2009).
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Bibliografía en http://grupoasis.com/albeitar/bibliografias/garrapatas_produccion_y_sanidad_animal.docx